Ni se os ocurra coger un taxi en Lisboa, a no ser que os gusten las emociones fuertes. Quizás porque venía de vivir una de ellas no me apetecía demasiado sentir el asfalto tan cerca de mis dientes. Quizás porque tocar suelo es más difícil cuando has estado dos horas y media acariciando las estrellas…
Eddie Vedder es capaz de hacer que juegues con la luna con su botella de buen vino en la mano y su capacidad de hacerte soñar. Canta «Better man» a tu oído (al oído de 35.000 personas, lo sé) y luego acabas odiando al taxista que te devuelve a la realidad y te lleva a dormir a 120 por hora por una carretera que marca 30. No, animal, no… Vedder respeta los ritmos, las pausas, el tiempo y te lleva a mil mientras casi saboreas su copa de buen vino… Actitud, carisma, bendita locura.
Despertar en Lisboa con los acordes sonando todavía en tu piel y echarse a andar por calles empedradas y fachadas de azulejo. La decadencia lisboeta que tanto encanto tiene… Coger el tranvía para subir al Castelo y no llegar a él… Descubrir que uno podría vivir y morir en un ático de fachada azul cerca de Portas do Sol, con las ventanas abiertas de par en par. Pasear por la Calzada de Santa Luzia y entender al instante que una ya no puede vivir ni morir sin tener cerca a dos rubias de ojos grandes.
Desear una siesta más que nada en el mundo y descubrir que triunfan las ganas de la música y el mojito. Una plaza cualquiera a las 6 de la tarde, césped artificial, palés, un trust sencillo y una carpa negra, música de jazz y un par de Dj,s, niños que bailan y ríen… así es la vida cultural lisboeta más allá del fado.
Curioso, pero Lisboa pierde habitantes año tras año. Quizá la decadencia tiene su encanto sólo para quien mira desde fuera…
Así es Eddie, Lisboa será sempre seu…