Ella abrazaba la luna y él escondía un cigarro. Casi a diario se veían y pasaban inadvertidos a los ojos del otro. De esas caras conocidas que uno no sabe de qué. La semana se le hacía cuesta arriba a él. Ella seguía abrazada a la luna. Poco o nada le faltaba para ilusionarse. Los exámenes le traían por la calle de la amargura pero se pintaba los labios de rojo, como si el carmín fuera su amuleto de la suerte.
Entraba al banco una lluviosa mañana. Con más ganas de salir que de entrar. La ciudad gris. El día gris. La ropa gris. Ella escuchaba «Like the Wheel» de The Tallest Man On Earth con los auriculares a todo volumen mientras paseaba a su perrita Luna. Sin apenas un duro en el bolsillo. Él forrado. La casa, el coche, el apartamento en la costa y las vacaciones… todo pagado.
Ella soñaba con ir a Roma y montar en Vespa. Él hacía tiempo que había dejado de soñar. Bueno, no… A veces se encendían en él las ganas de dejarlo todo, el banco, a la mujer, vender el apartamento de la costa y viajar en autocaravana. De joven había vivido un verano viajando de este modo y había sido, sin duda, el mejor de su vida. Sin apenas preocupaciones, con poco dinero en el bolsillo, la mochila cargada de ilusión y una novia con carmín rojo en los labios y una perrita.
Él no sabe en qué momento dejó de perseguir sus sueños. Ella piensa comerse el mundo, trabajar en el banco y tener algún día un apartamento en la playa.