La vida se ve diferente cuando quedan apenas doce días para que una vea en el horizonte el mar donde aprendió a nadar. Sobre todo cuando el cielo que nos cobija se nubla durante meses y parpadea de vez en cuando en forma de gotas de lluvia. Ya no sé si tengo más necesidad de vacaciones o de sol, o ambas cosas a la vez. Ayer, sin ir más lejos, fue pisar la arena y comenzar a llover… como si el cielo hubiera estado esperándonos… Cómo explicar la cara de mis rubias…

No, no me valen ya los comentarios de todos los años. Aquí no hay primavera. No ha hecho tan malo. No hemos tenido invierno. Pues el verano a veces es peor. ¡Emigro!.

La gente alrededor cansada. Los niños deseando jugar hasta aburrirse del plan playa-piscina-barbacoa. Y yo… contando las horas para subir a un avión que me aleje de todo. Stop. Me bajo de este mundo por unos días. Chancletas y playa. Libro y revista. Apagar el móvil. Calor y sol. Pasear a Martina. Dar el biberón a Jimena. Y tomarme un mojito con mi prima del alma. O dos. O tres.

Atrás quedará ¿medio año? ¿ya? y un mayo de música -qué grandes Crystal Fighters en Santander, ni un tema desperdiciado- y fotografía -Catalá-Roca y sus luces y sombras imposibles-. Por delante uno de los días en los que cobra todo el sentido aquello de «Trabaja en lo que amas y no tendrás que trabajar nunca», el Día de la Música… La organizamos buena este año…

Unos vienen y otros van… No nos lo explicaron de pequeños, pero la vida está llena de despedidas…

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