Echarles de menos por puro instinto. Necesitar de su piel, de sus mejillas y de esas manitas abrazadas a mi cuello. Dar la vida por un instante con ellas. Y enseguida, al cruzar la puerta, echarles de más pero no querer nunca que se vayan.

Estas cuatro paredes son nuestro hogar. Nuestro pequeño lugar en el mundo. Un refugio sin bandera. Construidos los cimientos día a día sobre algo sólido. Y lo nuestro nos ha costado. Como todas las cosas que cuestan lo disfrutamos de manera intensa. Viven y me hacen vivir de manera intensa. No saben hacerlo de otra forma y me maravilla.

Crecen, desordenan, protestan, ríen, pelean por lo que consideran justo y vuelta a empezar. Construyéndose a sí mismas. Qué haré yo cuando mi casa esté ordenada, cuando sus habitaciones queden vacías, cuando no encuentre en el sofá de casa esa pintura rota debajo del cojín. Cuando las piezas de una infancia marchita caigan destronadas a lo Inside Out.

Escucho «Suspicious man» esperando a que regresen a mis brazos y disfrutar el hoy, el ahora, el presente más inmediato, ése que nada ni nadie nos puede ni debe arrebatar.

 

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