Suena el timbre mientras las niñas ven dibujos animados y yo preparo la cena. Es Isabel. Ha visto luz en casa y ha pasado a saludar y a traernos los mejores tomates del mundo.
– Pasa Isabel, pasa.
– No, que no quiero molestar.
– Tú nunca molestas.
Y sin quererlo ya tiene a una niña agarrada a su pierna mientras la otra le pregunta por Leire, su nieta.
Isabel vive en el ático y derrocha alegría por los cuatro costados. Es la abuela de Leire y Nerea, pero en realidad, es la «abuela de la plaza». Tiene para todos… si hay seis niños tiene seis chocolatinas en el bolso. Si aparece uno más… ya sacará de algún lado una más.
El día que nos enteramos que tenía cáncer fue un mazazo. «Esto es como hacer obras en casa, a nadie le viene nunca bien, nunca es un buen momento pero hay que hacerlas para después estar mejor. Yo voy a pasar una temporada de obras para después estar mejor». Actitud. Los labios siempre pintados y a la calle siempre que pueda… Tan querida…
Estas letras llegan tarde, hace mucho que rondan mi cabeza pero no quise que sonaran a despedida anticipada. Porque Isabel no se quería despedir. Yo sé que cuando traía tomates a casa en el fondo aprovechaba para hacerme compañía y preguntar un simple qué tal tan necesario por esos días. Grandísima suerte la mía…
Como si le escuchara mientras tiendo la ropa en el patio… «¿Cómo están mis niñas?» Ella desde su ventana del ático y mis hijas estirando el cuello desde el primero para darle las buenas noches…
No estás muy lejos, no creas…
Vamos a dejarte subir apenas unas escaleras por encima del ático…
El descansillo del ático está decorado con un gran tiesto de ramas secas. Lo colocó allí Isabel hace tiempo. Lo vemos siempre al salir del ascensor. Te veremos siempre al salir del ascensor.