Decía la gran Frida Kahlo, ‘pies para qué os quiero, si tengo alas para volar’ y desde su cama y su agónica circunstancia vital no solo pintaba a la vida, sino que marcaba el camino a generaciones futuras… la importancia de ser y convertirse en referente en un mundo de hombres, en el México machista de mediados del siglo XX. Irreverente, pizpireta y rebelde… Frida supo ponerse el mundo por montera y desafiarlo con un coraje que sobrecoge. No hay más que visitar su casa para darse cuenta de ello. La naturaleza viva en el jardín, las paredes de fuertes y alegres colores, sus vestidos perfectamente imperfectos, como su dolorido cuerpo tras veintidós operaciones.
Caminar por Coyoacán es imaginar a la niña que fue patinando por su plaza central, entre casas coloniales naranjas, verdes y amarillas. La suya, de un azul que enamora a simple vista. Recorrer esas calles, abrazar esos árboles es sentir su energía latente y viva. Como lo es atravesar el Zócalo inmenso, callejear por el centro histórico, patear la calle Donceles en busca de ‘Pedro Páramo’ de Juan Rulfo o visitar el Centro Cultural de España en México y descubrir ‘Constelaciones gráficas’, la obra de ocho mujeres ilustradoras españolas.
Una ya se ha acostumbrado a buscar azoteas en las ciudades que visita. Los últimos pisos esconden terrazas con vistas exquisitas y en Ciudad de México no podía ser menos. Así, a escasos metros de la Catedral y encima de la librería Porrúa encuentras uno de esos lugares que nunca se olvidan, donde poder apreciar los restos arqueológicos y el Zócalo desde las alturas, mientras degustas gastronomía local y una buena margarita.
Si vas a Ciudad de México déjate llevar por su ritmo a caballo entre la amabilidad de sus gentes y la locura de una gran ciudad. Visita Plaza Garibaldi y escucha ‘Cielito lindo’ en boca de unos mariachis, degusta buñuelos de pato con mole en el Azul Histórico y maravíllate con el interior de la Casa de los Azulejos.
Y visita, eso es innegociable, la casa donde nació y vivió Frida Kahlo.