courage

Courage ma belle

Marzo se nos va de las manos como se aleja un tren de madrugada en una estación deshabitada. Se escapa sin poderle poner freno, sin haberlo disfrutado apenas, sin haber visto nacer las flores en los árboles ni un atardecer en el mar. Así se nos va un mes incierto, desafortunado, raro. Ha llegado la primavera sin chiquillos en la calle, sin alborotos ni traspiés. Y quizás, con más horas de sueño profundo, más poesía leída y más canciones escuchadas de lo habitual.

Cuando todo esto pase, que pasará… sé que recordaré a mis hijas felices en bata y pijama haciendo guerras de cojines, y ellas a mí tomando el sol en la terraza a la menor ocasión. A los abuelos manejando las videollamadas con profesionalidad y a mis amigas brindando con una copa de vino por el siguiente viaje juntas. Menos mal que aún guardamos el sabor de un viaje a Lisboa bailando bossa hasta casi el amanecer. Como dice el poeta Miki Naranja «tengo la autoestima por los sueños».

Y sí, nos quedará la sensación de un «te echo de menos«, los conciertos virtuales, los libros en la mesilla releídos y el viejo vinilo sin parar de sonar. Y volveremos a la conquista de las calles, a las terrazas al sol, a pasear por la orilla y a Venecia, por fin. Y, sobre todo, volverán los abrazos. Esos que ocupan el top one en la lista de lo más deseado de estos días largos en casa. Nos abrazaremos sin parar. Por lo menos un siglo más…

Mientras… hoy es siempre todavía. He visto la luna y me he emocionado. Y así, cada día… porque no sé si os habéis dado cuenta, pero aún seguimos vivos.