Vida pirata

La vida pirata

Allí donde hay guirnaldas de luces y banderas piratas es bueno quedarse. Se lo demostré hace unos años a una buena amiga en Verona mientras buscábamos un sitio para tomar un mojito. Donde haya guirnaldas de luces, allí es. Y nos ocurrió la misma serendipia una noche en Lisboa cuando nos dejamos guiar por un grupo de  extranjeras (como nosotras) y acabamos en el mejor garito de Lisboa bailando bossa. Había guirnaldas de luces en la entrada y una escalera de caracol.

 

Algo parecido ocurre con las banderas pirata. De vacaciones en Tossa acabamos, como siempre callejeando y sin destino, en una diminuta terraza con vistas a una cala y bandera pirata. Sonaba «Stairway to Heaven» y cada sorbo de mojito sabía a «este momento lo recordaré toda la vida«. Regresamos al tiempo, como se regresa a los lugares que uno ama, y allí seguía la bandera pirata. Al camarero, por supuesto, le pedimos que pusiera aquel tema de Led Zeppelin.

 

Desde entonces intento visitar aquellos lugares que enarbolan una bandera pirata. Y nuestros veranos comienzan cuando colocamos la bandera pirata allí donde estamos. Nos recuerda que comenzamos a fabricar recuerdos que perduran después todo el invierno. Que la vida es sencilla al lado del mar, en chancletas y con poca ropa. Que es momento de parar, de quitarse de encima todo lo que resta, lo superfluo y accesorio y volver al otoño con el foco y las energías puestas en lo que sí, en lo que merece la pena, en aquello que nos lleva al lugar soñado.

 

Al final de nuestros días, os lo aseguro, recordaremos los lugares con guirnaldas de luces y banderas pirata. Así que hoy, aquí y ahora… amemos y honremos esta vida pirata.

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El primer rayo de sol del amanecer…


Despertar con el primer rayo de sol del amanecer. Cada día. Y que ese rayo de sol entre por una ventana de una antigua casa de pescadores en Portlligat. Y colocar un espejo para poder ver esa luz desde la cama. Que el olor de las siempre vivas amarillas se cuele por cada rincón y que los olivos dibujen las sombras en los patios. Y que siempre me sorprenda. Y que no deje nunca de sorprenderme.

Cadaqués y su luz mediterránea. Tossa y su alma pirata. Hay lugares que nunca defraudan y donde siempre suena “Stairway to Heaven” de Led Zeppelin. Ha de ser así.

Los agostos de mi infancia saben a salitre y familia. Los de las rubias también. Y pocas cosas me pueden gustar más que verles llegar al lugar donde aprendí a nadar con la misma emoción que lo hacía yo a su edad. Bajar la ventanilla y oler. Como una tradición. Y pasar los días despreocupados entre amigos, familia y Mar Mediterráneo en un pequeño pueblo de pescadores murciano. Con sus barcas, sus palmeras… Y sus mojitos… Esos que los pruebas una vez y los saboreas todo el año.

Una entiende que ya haya pasado el ecuador del verano, aunque nos pese. Pero seguiremos disfrutando de las noches estrelladas, del pelo mojado y de la manga corta mientras podamos. Ojalá este otoño llegue la primavera no vivida, el mes de abril robado. ¿Sabes? La vida es más bonita si te miro de reojo y te pillo mirando.